septiembre 19, 2003

Una de las cosas que más me ha gustado hacer, es comer solo, la sensación de almorzar y pensar en mil y una cosas, sean agradables o incómodas es algo placentera, más por el hecho de creer que con el único que me entiendo es conmigo mismo, pues la gente para mí aún es una jungla inexplorada, mil motivos pueden haber, falta de ánimo, falta de valor, falta de empatía, falta de n cosas que tal vez me dé el lujo de cambiar en el futuro, cuando me sobre tiempo. Detesto llegar a almorzar a un restaurante y hallar gente que conozco, como los de mi área por ejemplo, peor si me ven, tener que poner cara de sorprendido 'Hola', 'qué hay' o una simple venia y empezar a sentir ese vértigo e incertidumbre por si debes o no sentarte en el lugar que ocupan, si lo hago me viene un deseo de irme a otra mesa, o me quedo divagando en mis problemas como creyendo que no hay nadie conmigo, cosa que deja petrificados a los supuestos interlocutores, pues quiebro la atmósfera de confianza y los rajes o temas estúpidos no pueden surgir, menos temas con sentido, mientras ellos piensan así yo sigo en mi mundo. En caso de pasar a una mesa solo, el supuesto placer que busco se quiebra por la imagen de aquellos conocidos, sumergiéndome en una atmósfera de desprecio a mí mismo y a todos, los odio por dañar mi esperado momento diario y me odio por no encontrar otro restaurant, eso hasta que el último arroz abandona el plato y pasa a formar parte de este ser tan inhóspito, salvaje... antisocial, abandono el lugar no sin antes despedirme como todo digno representante de la zoociedad, 'provecho', 'nos vemos' o la misma venia solemne que sirve para disfrazar mi desinterés.

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