noviembre 25, 2003

A un mes de Navidad, la atmósfera empieza a cambiar para todos, se ven caras de alegría y regocijo que incluso dibujan chistes, además de aprovechar el tiempo libre para ver cómo gastar el dinero, Año Nuevo es una buena ocasión, la fiesta a realizarse aquí en el trabajo confirmará ciertas sospechas en los círculos chismográficos (asi se dice?) y servirá a algunos como yo para ver mi posición en el escalafón de 'dizque-galanes' nivel newbie.

Pero sé que bien en el fondo eso no me importa, ver las luces, embadurnarme de música, dejar que el alcohol hiera mi garganta y sentir el sudor de los cuerpos alrededor mio se convierte en una expresión repulsiva, casi tétrica e incómoda por donde la mire, no, no me gustan las fiestas y lo tomo con poco orgullo y escasa vergüenza, por más que deje de oir producto del ruido mi atmósfera está vacía y silente, creo estar con tanta gente, pero sigo solo como siempre, caminando entre muertos, veiendo lápidas chocar unas a otras y almas revolcándose en los exteriores del panteón, a escondidas de los demás, otras más discretas todavía se encierran en ataúdes y vuelcan toda su pasión a oscuras y a tientas.

La embriaguez del momento lanza por los aires las reservas, los siglos de muerte no son motivo de respeto para los que llegaron recientemente, asesinos, puritanos, santos y demonios bailan todos al son de sus propios ritmos, a algunos no les encuentro sentido, son muy lentos, como pidiendo permiso a sus huesos de moverse, otros parecen con vida y danzan alegremente, nada ha ocurrido para ellos, volteo para verme en ese gran espejo al medio de la pista, sigo solo, no hay nadie alrededor mio, decido alejarme del lugar, todavía estoy lejos de llegar a lo que son esos despojos, no me apuraré por serlo tampoco.

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