Existe un lugar bien agradable, donde la vista al mar se puede apreciar desde lo alto de un acantilado y donde la máxima expresión de belleza y modernidad se encuentra en un puente que une dos grandes morros de tierra y cantos rodados cubiertos de verdes enredaderas, hacia allá me dirijo pensando no solo en el paisaje sino en todos los motivos por los que la gente decide matarse desde allí.
Llego al susodicho puente, que se llama creo Villena, y le pregunto todo inocente a un vendedor de flores el por qué del nombre, y me dice 'fácil pe tio, Villena fue el primero que se tiró', al borde del surmenage obvié preguntarle si Villena era mujer u hombre, pues no quería quedar a un lado de la acera con el cerebro acalambrado, es que a veces no preguntar es la mejor opción.
Recuerdo que hace tiempo estuve allí mismo, y me parecia muy bonito, sobre todo por la vista que tenías hacia abajo, debió ser demasiado atrayente para alguien que quiera despojarse de su vida hacer caída libre desde el puente más alto de Lima, como tratando de cerrar la función con todos los honores y de paso asegurar completamente su llegada al otro mundo, ¿qué podrá ser en realidad?, nadie ha sobrevivido para contarlo.
Me acerco lo más cándido al borde, pensando revivir aquellos momentos cuando de chico alguien me cogía de la mano y observaba la puesta de un sol tremendamente anaranjado, testigo de primera mano de las decisiones de tantos que ya no están, volteo a mi lado y un tipo vestido con botas negras y uniforme azul marino me observa receloso, le devuelvo la mirada y con el mejor de los ánimos le pregunto: 'Tio, ¿y cuántos se han matado aquí?'...
No recuerdo si me respondió, pero sí que me vi en el piso mirando aquel cielo tornasolado y ya no eran dos manos las que no dejaban que me moviera, eran cuatro, seis, ocho, multiplicando el azul marino que a esas horas empezaba a verse negro. Inmovilizado, era subido rúdamente a una tolva gris, mientras que alguien por allí gritaba, ¡se quería matar!, ¡se quería matar! y empiezo a sospechar si eso de que la curiosidad mató al gato fue motivo de mi detención.
Lo que sigue es más claro, mi familia llegando a la comisaria, abrazos, por dioses y una amplia sonrisa del personal de serenazgo orgulloso de la noble labor de haber 'salvado' una vida más, conmovido por toda la representación, me empiezo a creer mis supuestas intenciones y les prometo a todos al borde de las lágrimas que no lo vuelvo a hacer, nunca más.
Ahora unos vidrios de seguridad acaban con los sueños suicidas-con-una-bonita-vista y desplazan el espectáculo hacia unas cuadras más allá donde la altura suele ser mayor y puede desanimar a cualquiera que desee demostrar los 9.8 m/s de aceleración que adquiere un cuerpo lanzándose al vacío. Es que hasta para quitarse la puta vida hay que tener arte y valentía.
El Puente Antes
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