enero 20, 2008

La parábola del silencio

Juan se me acerca y me habla de una reunión este fin de semana en una discoteca local, "convoca a la gente pues", me sugiere y se va con la misma alegría con la que suele dirigirse a todos en el lugar. "Convoco a la gente pues" y lo hago con la misma expectativa de cada viernes, como si fuera el primero que me toca vivir. Uno a uno se van animando, confirmando y comentando del próximo encuentro laboral. La "legión extranjera", aquellos que ya no trabajan con nosotros, también aseguran encantados, Giuliana, Luis y Roberto irán.

¡Qué rara es la gente aquí!, es capaz de hablar positivamente, hacerte bromas e incluso alucinar lo que hará el día tan mentado durante la semana: Lunes es promesa, martes es recordatorio, miércoles el "quiénes más confirmaron". De pronto, como una parábola, el jueves se convierte en silencio total, las miradas son evasivas y la gente empieza a "enfermarse". Llega viernes y Luis al medio día anuncia que no podrá asistir porque tiene que viajar.

Quiero comprobar si es cierto ese efecto en cascada sobre los demás: Llamo a Susana, tan pendiente ella de la presencia de Luis, (aunque lo niegue en las bromas), "uhm amigo, me siento un poco cansada, con sueño y juuusto me está dando gripe", - y añade para quitarse el
compromiso - "pero más tarde se me pasa con la salida", además con un vago entusiasmo que me parece hasta increíble que no pueda decir lo que realmente piensa, "justo la gente de la otra área me está pasando la voz y....", se le escapa y yo trato de cortarle... pero alcanza a decir "no te preocupes, te llamo", yo totalmente extrañado le cuelgo y no sé si reir o amargarme de ese feminísimo cinismo.

Conversando con otras personas me entero que Roberto tampoco irá, prefirió otra reunión a último momento, y cuando paso por el sitio de Juan, (autodeclarado mejor amigo de Roberto), sigue diciéndome que avise a todos en qué lugar será. Igual que en el caso de Susana, el tono termina pareciéndose a ese vago devenir de frases que parecen más un acomodo, sigo extrañado y sigo el juego, envío convocatorias, me siguen bromeando, "muy bien!!!", incluso algunos siguen hablando del tema pero dejan de mencionar esa última frase que te dice que algo se concretará.

Pero Roberto no irá, y entiendo el punto, Juan está detrás de él para que lo lleve a su compañía, por eso le cuenta chistes en las reuniones, se sienta siempre con él y comparte su ánimo con el solícito Roberto, también hablan del trabajo, Juan despotrica contra su jefe y Roberto le da toda la razón, "en mi trabajo es lo máximo, justo estoy juntando mi gente en unos meses" suelta Roberto sin creérselo y el otro se frota las manos. Pero hoy no irá Roberto, por lo tanto, Juan tampoco, al igual que otros más que estaban pendientes de Luis, aparte de Susana.

Entendiendo el panorama, o quizá queriendo entender, veo la hora y son las 8pm, recuerdo a Giuliana, me dijo que me llamaría a esa hora, "uhm, aún no llama...". A las 8:05pm llega un mensaje de texto a mi teléfono. No fue la vibración, pero sentí un escalofrío en la espina dorsal y abrí enormes los ojos como si de algo que ya esperaba sucediese, "Lo siento amigo, justo tengo un encargo de último momento". Después de dos semanas, (que escribo esto), Giuliana ni siquiera me ha llamado por teléfono, entiendo que si nos volvieramos a encontrar no mencionará el hecho y yo tampoco querré averiguarlo. Pero ese viernes extraño, caminando de regreso a casa, en silencio me dí cuenta de qué tan sólo puedo estar cuando quiero empujar el carro, (aunque sea de favor), y los demás se hagan a un lado, también en silencio.

enero 16, 2008

Aquel Conejito

El dueño de la casa se ha ido de viaje a Trujillo, son las 7pm y la casa huele a penumbra, al fondo pasan las sombras de los inquilinos mientras atravieso un patio que parece de terror, si no fuera por el ruido de los buses pensaría que estoy en un cuento. No veo a la vecina, que flaquisima ella vaga por las noches a llenar su balde rojo de agua, el color no le queda, los rulos no le quedan, estos se desparraman desordenados por su cabellera y cuando intenta cargar el balde a veces se cruza conmigo agachando la cabeza, mi vecina sólo se hace bella cuando dos hombros delicados que cargan un balde sucio me saludan.

Antes de subir la escalera, te puedes cruzar con una mota blanca en una jaula que en la oscuridad puede asustarte, el dueño ha dejado al conejo en su jaula, la mierda se desparrama por un costado y el conejo está reposando en el otro costado, no es difícil verlo en la oscuridad y olerlo entre excremento y orines. Consciente que quizá no podría limpiarse la jaula, el viejo la ha colocado unos centímetros sobre el suelo, de tal manera que la mierda no sólo está fuera de su jaula, sino que al caer se esparce por el patio, se mete en la zuela mis zapatos y llevo la asquerosidad a mi cuarto.

Pero me da pena el conejo ciertamente, debe ser difícil vivir y acostumbrarse al hedor de 5 días de materia fecal, pero me compadezco más porque debe ser difícil en su situación ser conejo y no poder reproducirse exactamente como tal, quizá por eso se le ve tan apagado, como esta casa con olor a mierda.