septiembre 26, 2017

Libros con Helado

Hoy después de mucho tiempo fui a una biblioteca, de todas la que más recuerdo es la del Callao.  Cuando estudiaba la primaria mi tía solía llevarme a la Biblioteca Municipal del Callao, tomábamos el micro de la 45 que nos dejaba en Saenz Peña y caminábamos 3 cuadras mirando las tiendas que encontrábamos en el camino, en algunas de ellas vendían helados de crema que me parecían los mejores pero mi tía no cargaba el dinero ni la intención de comprarlos así que por esa razón no insistía en pedir, llegábamos hasta una esquina detrás del colegio Maristas donde había una casona vieja que ahora está más vieja pero que todavía existe.  

En ese tiempo la biblioteca se veía bonita a pesar de lo antiguo, su piso era alfombrado para evitar el ruido y la gente parecía guardar un código especial para lograr el silencio que les permitiera sumergirse en sus lecturas.  Mi tía me dejaba leyendo un libro en una de las mesas mientras yo la observaba buscar sus libros en unas gavetas con muchos cajones, cada cajón tenía muchas tarjetas y cada tarjeta tenía el título de un libro que podías pedir al bibliotecario.  Podías pasarte tardes enteras revisando tarjetas y leyendo libros, el tiempo transcurría lento en el silencio de la biblioteca y en lo particular me llamaba mucho la atención el olor de las tarjetas por la humedad y el contacto de las manos.  

Hoy ya todo ha cambiado, tenemos las tecnologías, la bibliotecas se caen a pedazos, seguramente la gaveta fue reemplazada por la computadora y las tarjetas fueron lanzadas sin misericordia a la basura, hay quizá menos lectores de libros y cuando ya seas más grande habrá otras cosas que habrán reemplazado la necesidad de ir a una biblioteca así como muchos motivos para volver a una persona más estúpida.  Sin embargo, no puedo dejar de imaginarte yéndonos juntos a la biblioteca, viéndote pintar en un libro de colores o empezar a leer un libro pequeño.  Creo que lo haré por una ley de compensación que tenemos los adultos, en algún momento, a través de nuestros hijos, queremos devolverle a la vida lo que la vida nos entregó con cariño, y seguramente llamaremos a la tía Gladys para luego pasear con ella por las tiendas y ese día les podré comprar un helado.

julio 23, 2017

Util de Oficina

Si hay alguien quien quisiera ser en este momento es el señor de las fotocopias, llega todos los días a las 7am y con la naturalidad que le dan sus kilos de más, levanta la puerta corrediza de su localcito ubicado en una esquina cerca de mi oficina, entra al sitio, acomoda los mostradores y pasa a sentarse en uno de sus computadores donde suele teclear con un poco de desidia algo que no alcanzo a ver, quizá un tipeo encargado o una carta de amor o simplemente navega por la red.   Su local tiene además un techo alto, que le da al lugar un ambiente de permanente vacío, a pesar de la mercadería de hojas bond, folders manila y algunos articulillos de oficina que se van decolorando con cada visita que realizo por un faster o un lapicero.  Es más, pareciera por un instante que siempre se le van a acabar sus artículos, sin embargo todo el tiempo que voy a comprar siempre tiene alguno con el que calma el apuro de sus clientes. 

Don Omar, así como le llama el tipo de la tienda vecina, puede parecer intimidante con sus 90 kilos de peso, su enorme barriga y su andar despreocupado, pero tiene la virtud de ser muy honesto, un día calculó mal el precio de un artículo y luego se corrigió solito al darme el vuelto por el monto correcto; yo no soy honesto, por eso cogí el vuelto rápidamente sin pensar si se equivocó o cambió de parecer, solo me fui rápido por si las moscas.  Los días siempre son iguales para don Omar, prendido a su computadora o cortando unas hojas hasta las 6pm que cierra su local con la misma presteza con que lo abrió temprano en la mañana, se va con dirección a la Javier Prado y desaparece entre las luces de los autos, como hoy es jueves quizá intente romper su rutina buscando un amor cruzando la avenida o quizá tome su bus hacia su casa en donde mierda sea.  Mañana volverá a la misma hora y estoy seguro que su vida seguirá el mismo ritmo, hasta quizá muera con ese mismo polo azul y desgastado.   Y mientras revienta comido por los gusanos, alguien quizá se acuerde que en esa esquina estaba ubicado un mísero negocio de no me acuerdo qué cosa.