agosto 21, 2004

Amores Perros

A Gaby y Manuel los conozco de años y no sé si es casualidad o mala leche pero pasé buena parte de mi vida en medio de ambos, a ella la vi por primera vez hace 13 años, tan linda con su paño rojo sobre la cabeza, con ligeras pecas que dibujaban su rostro y una sonrisa algo parca, entre medio melancólica y fria, eso sí, con unos ojazos que se transformaban en su segunda cara, daba miedo verlos reflejar la luz del sol y vibrar sus iris cada vez que me regañaba por no querer trepar un árbol, a él no necesito describirlo, lo conozco de siempre y eso basta.

De niños, a Manongo no le dejaban salir si no era conmigo, creo que mi tranquilidad le daba confianza a sus padres para permitir a aquel 'grandísimo perro', dar volteretas por el parque y pasar la tarde también con Gaby, a ella no le importaba su extremo entusiasmo para todo, como subir a lo más alto del ciprés, ganarme en las huachitas o bailar con ella en una fiesta. Una noche de verano, luego de verlos salir por el zaguán, cuando me faltaba poco para llegar a la casa de mi amigo, veo otra vez esos ojazos, con un matiz distinto, ahora sorprendidos y queriendo guardar un secreto: haberlos encontrado junto a los de Manuel, el cual con una sonrisa definía claramente el momento, hice que no me importaba y seguíamos siendo amigos, pero dejé de estar en el medio.

Como pasa el tiempo para ellos es inevitable informar que ambos se comprometieron y se casaron, así como cualquier pareja, y como pasa el tiempo para mi también, el destino me dio otros papeles y lugares en esta vida, incluso el de regresar para saber qué había sido de sus vidas. Los encontré como siempre, a él feliz y a ella con sus pupilas vibrando, les recordé entonces el ciprés y fuimos al parque para visitarlo, al llegar, mirando ambos lo poco que había cambiado dicho testigo, Gaby cogió una rama seca del piso, tal vez de aquel compañero de años y Manongo al verla comenzó a saltar más animado, más frenético, moviendo la cola y casi ladrando, Gaby lanzó lejos la ramita y el susodicho cual canino bípedo (no en 4 patas porque no puede) va a su encuentro, aún sin salir de mi asombro veo cómo mi amigo regresa con el juguete en la boca y se lo da a su entrañable Gabycita para seguir jugando. Le pregunto, '¿cómo hiciste eso?' ella contesta y sus ojos sonriendo también: 'Con mucho amor', mientras se prepara para lanzar otra vez la ramita, y Manuel moviendo la cola, como siempre, entusiasmado.

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