Llegué al lugar, sabía que algo malo pasaba, las desgracias no tienen un olor o sabor, pero es algo que se llega a sentir, está en el aire, en las miradas; en cada paso que me llevaba al punto de referencia, anunciándose a la vez con el bramido de las olas como dos eventos síncronos proponiendo el encuentro, cauto traspaso la habitación y se produce el choque, mar, vista, cielo, el día. Bajo la mirada, una piscina donde hace unos minutos 3 niñas jugaban muy alegremente, muy a-le-gre-men-te, ahora quedan los escombros de un momento, reemplazados por la misma imagen de aquellas 3 niñas, una a la derecha cubriendo sus ojos y la otra a mi izquierda, acercándose despacito a la del medio, que inmóvil y de cara a la piscina, flota en el azul del agua, casi cielo, la observa alistando el quebranto mientras yo me voy acercando, notamos el semblante lívido debajo del agua, los ojos abiertos y esa expresión que la vida no se atreve a imitar, la niña de la izquierda lanza un grito agudo, fuerte, mis latidos se aceleran y cierro los ojos, lo último que recuerdo es el rostro quieto, la mirada perdida... niña muerta...
..desperté.
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