El lugar era pequeño, y en algo muy propio, el aire enrarecido actuaba como barrera para los recién llegados que con el frio de las mejillas y el choque con el ambiente interior se transformaban en nuevos demonios observando la naturaleza ondeante de una cintura, el brillo sensual de unos ojos y el danzar serpenteante de una bella muchacha haciendo de las suyas en el mostrador.
Íbamos despacio, contemplando las formas y colores, las luces, sexo como en el cielo aquí en la tierra y dentro de estas 4 paredes, a mi lado una flor, cogí su mano y con un beso me presenté, mi compañero, sorprendido por los ojos de fuego de aquella chica y lo sugerente de su vestido acariciando escasamente sus caderas le soltó invasivo "qué hace una chica tan linda como tú por aquí", fue entonces que el brillo de ese fuego ahora atizado en los ojos de la muchacha y la sorpresa evidenciada por tan dulce sonrisa, (todo ese espectáculo dirigido a mi compañero de trabajo) me dieron por conclusión que ya la había perdído.
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