abril 22, 2005

Orates

Camino al restaurant pensando en otros mundos, donde la necesidad de perfección sea un afán olvidado y el dejarse ser una ley obligatoria a todo elemento que se digna de llamar humano, una mediocridad conveniente para no ir más allá ni desequilibrar la balanza de su propia paz, perennizando la igualdad en mil formas adornadas con los matices que da el color de la piel, cruzo la pista, (ojalá no existieran autos), sintiendo el placer de la carencia y el deseo de perder más, la felicidad es ahora cuando me sabe a infantil estupidez.

Llego al parque y anhelo dormir cobijado por las sombras de las acacias, rendido al suave sueño que invitan, transformado en viento juguetear con sus hojas y rodear a los amantes que en la banca más lejana susurran sus secretos, descubrirlos y robárselos, dejándoles sus míseras caricias, millonada de lágrimas y desencantos de poco valor, huir presuroso, como cuando me hago uno con el instante, ahora vuelto pasado, y desaparecer.

Un orate cruza mi costado provocando que salga del "túnel" para observarlo. Arrastrando las hilachas que lleva encima como ropa conversa en voz alta con alguien que no se ve, a simple vista parece echarle "al otro" la culpa de su cojera sintiéndolo tan real como mi deseo de regresar a la nada, se aleja regalándome la duda de si me estoy volviendo como él, "tal vez terminarás como ese" me respondo, y un tipo entrado en edad me queda mirando con el rabillo del ojo y cara de sorprendido por la cantidad de locos que hay sueltos en la calle, yo sigo mi camino, restándole importancia al hecho a sabiendas de que cuando llegue a mi destino aún me encontraré consciente (y resignado en su totalidad) de mi existencia. Eso espero.

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