Y un día la volví a ver...
...el tiempo retrocedió y por un instante me volví universitario, ya tenía la mochila, el color del lugar simulaba al comedor de entonces y ella como siempre indiferente, mis manos temblando, el mismo sopor de antaño y todo el cúmulo de reacciones químicas que sacuden mi cerebro de forma distinta a como lo hace una puta cuando palpo su trasero.
Lo único que hice por respeto a mi mismo fue apurar el almuerzo, evitar con sumo esfuerzo virar los ojos a ese fatídico lado del restaurante y esperar que mi acompañante terminara, (con un ligero apuro de mi parte), ese té verde que a mi boca ya le sabía agrio. Diez, quince minutos y quizá con veinte mi cerebro estallaba desparramado.
Si bien, luego de aquel desencuentro, me prohibí volver entrar a ese lugar, me di también la contemplativa licencia de pasar por ahí de vez en cuando, pues no puedo evitar ese algo en mi mente que genera cultos por aquellos lugares donde ella ha estado, la universidad, el cine, la avenida donde vive, el acantilado, esa misma mente desoye los ruidos de la calle y recrea su esencia, dentro de los autos, en los otros restaurantes, en las mujeres llenas de amor que salen de los hoteles y también en las que entran solas, aún me sobra una pizca de razón para preguntarme cuándo acabará todo esto, miro el puente, lo alto de un edifico, el arma de un policía de tránsito... comprendo la respuesta, de vez en cuando.
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