febrero 25, 2005

Travesura de verano (parte III)

Confieso que nunca he llegado con una chica a un hostal, por eso me me dejé llevar un poco por el miedo, incluso le pregunté a mi chofer, "¡¡¡¡¿¿¿qué diablos tengo que hacer ahora!!!!???", cuando 4 tipos en la entrada me miraban y uno de ellos se me empezaba a acercar, "Paga tus 20 soles nomás por la habitación", dicho y hecho, le solté 20 soles al más joven de todos ellos y me señaló una habitación con la puerta ya abierta y con la luz encendida, como fondo a mi derecha habían varios autos estacionados en una serie de garages con cortina marca "adivina-para-qué-sirven", miré a Melina (en realidad me dijo un nombre de puta que no recuerdo) e ingresamos "casi como en un hostal", cerramos la puerta y encendimos la televisión.

"Hay que bajar la cena", le mencioné de lo más serio y me recosté sobre la cama, repasando de un vistazo la habitación en general, de derecha a izquierda: Una pseudo habitación a oscuras, lograba ver el lavabo y una tina que se esforzaba en parecer jacuzzi, estábamos separados del dizque baño por una cortina granate; el televisor rozando el techo y encendido en el canal de ocasión, (luego lo apagué por aburrido), y el espejo que sin mentir cubría toda la pared frente a mi, sólo deseo que no hayan colocado una cámara detrás marca "mamá-soy-famoso"; por lo demás era obvio que este lugar no servía para alojarse por mucho tiempo ni para perdurar recuerdos.

Mientras tanto Melina, que ya la tenía algo olvidada, yacía a un lado observándome, la contemplé un rato y volví a dirigir la mirada a la televisión, creo incluso que yo no me fijaba en ninguna de las dos, cogió mi mano lentamente y empezó a decirme cosas, diversas, algo graciosas, que me hicieron volver, pero esta vez sí la vi, encontré sus ojos, su nariz, su boca, sus mejillas y volví a encontrar sobre todo esa mirada triste, la sonrisa pálida y de súbito tierna, ya empezaba a tomar al espejo como el cómplice que me dejaba alcanzar lo que mis ojos por sí mismos no permitían y rocé con mis manos su cabello, su oído, la piel de su cuello, no sé cuánto tiempo permanecimos mirándonos fijamente, "una puta nunca te mira a los ojos" recordé de algún amigo olvidado y así esperé, uno... dos... tres segundos más, ese rostro tenía la misma expresión que creí perdida, pero a diferencia de aquel lejano entonces esta vez no lo resistí, con una mano por su cintura y otra sobre su pecho la acerqué a mi y juntamos los labios a besar.

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