noviembre 10, 2004

Tortura

Suelo llenar de miradas la habitación donde vivo, recorro cada resquicio escrupulosamente, tal vez buscando alguna respuesta, una señal vaga de lo que pueda estar sucediendo, veo el celeste de las paredes, imitando el color de ese cielo que ya no existe, y con las manos en la cabeza me cubro de la tenue luz del incandescente que parpadea al compás de no sé qué retumbos, no son mis latidos, hace tanto cesaron.

Ahí, en mi esquina, estoy a salvo del aire que recorre lentamente el lugar, es el guardíán listo para atacar al yo intruso e inerme, y le temo porque está armado de sonidos, de olores, de recuerdos, que hieren al menor contacto, haciendome sangrar, sangrar, sangrar por dentro, pero así quietecito no tengo que temer, pudiendo mirar más tranquilo el piso antiguo lleno de calor de la tarde, el decorativo y triste reloj de pared que ya no funciona y aquel estante lleno de ordenados libros, que nunca he tocado.

La ventana que da al jardín fue sellada en no sé qué arrebato, aún así puede colarse el sol para observar curioso lo que hay dentro, atraviesa el escritorio, se resbala por las sillas, rasga el sillón nunca usado y va acercándose lentamente a mi esquina, me asusto porque reconozco al verdugo decidido una vez más a torturarme con sus imágenes, no lo soporto y temblando apoyo la cabeza entre las rodillas en un intento por escapar, el aire tibio de la habitación lo ha notado y se agita presuntuoso porque sabe que ha llegado el momento que empiezo a gritar tu nombre.

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