noviembre 12, 2004

Boomerang

Hoy discutí fuerte conmigo mismo, frases de grueso calibre adornaron el largo rato que mantuve la furia, y yo sólo me atenía a escucharme, callado, pero no soy de los que golpean, más bien intento atacar únicamente con palabras, porque sé que pueden abrir heridas mayores, otorgándome mayor placer. Y así, solo, asentía e increpaba, en uno que otro rato procuraba contradecir, pero perdía la siguiente expresión por esos alaridos, que mirando al suelo rendido, me hacían quedar.

No contento con eso, era blasfemo e indignado, irónico y sentido, satírico y ofendido, atacante y defensor, por esas filudas frases salian de mi boca, chocando mis oidos quedos enterrados en la reducida existencia de dignidad, paralizado como de costumbre cuando es que debería de defenderme. En algún momento, levantaba mi puño joven y fuerte anunciando el furibundo contacto, de inmediato retrocedía como queriendo postergar el caos mayor y yo apenas respiraba, era ese perro tímido que inclina su cabeza y no saca la cola de entre la patas, mirando de lado con ojos desorbitados por temor a su amo, resolutor de su mugrienta vida.

Pero todo llega a producir hastío y ante la certeza de haber sido comprendido a la perfección y orgulloso de saberme dirigente, voy bajando la voz y amengua el trato, así como pierdo la timidez y recobro cierta confianza, sólo me queda observar detenidamente esos últimos movimientos, dejo la advertencia final, para salir del lugar y pegar un airado portazo, seguro de que no volverá a suceder, mientras dentro sigo sin reaccionar, pero más aliviado de no terminar mullido a golpes, conteniendo el temblor de mis manos y tratando de comprender cual era en realidad el mensaje.

No hay comentarios.: