septiembre 12, 2004

Ensayo de un arrebato

'NO!, YO TE DIJE QUE NO TRAIGAS ESO!!!', me reprocha estúpidamente un error que no es mio, 'y ahora me quedo sin pasaje!!!', contraataca con su clásica pose de víctima, observa la bolsa que contiene lo que usará para cocinar, y frenéticamente va vaciando su contenido, especias, tubérculos y la carne según ella no solicitada (a pesar que lo tengo apuntado), mira las papas y las coloca una a una en el lavabo para quitarles la tierra y yo espero, porque sé que sus ojos y su ceño fruncido quieren decir algo más, lo está pensando, no espero que se tranquilice, '¡No sabes comprar!', me da la razón, y en mi ánimo le planteo que la próxima vez vaya conmigo y me enseñe a comprar, se queda callada, pero sus ojos quieren todavía hablar.

'¡Mira esto!', con ganas de rematar, 'cómo te vas a dejar dar esto, mira esta porquería, cuando voy a comprar me dan más que esto, es el colmo!!!'. Los inicios de un arrebato están en un cruce dentro de la mente, como dos cables de electricidad que hacen corto circuito y la chispa te ciega la vista para hacerte sentir el shock en casi todo el cuerpo, haciendo que se erize, que tus dientes se cierren con fuerza, tus músculos se contráigan y tus ojos se aprestan a ver lo primero que se puede romper o pulverizar, todo en un milisegundo, veo su cabeza, veo la cocina, las cosas que compré, el balde y la puerta de fierro, los vidrios, sí, los vidrios de la ventana, y mi mente se apresta a lanzar lo único que tiene en la mano, el impulso es rápido también, y como pocas veces mis movimientos son ágiles... me detengo a la mitad del lance... recuerdo.

Es verme tras ese vidrio, una noche hace años, y verme ahora, en el mismo lugar donde estoy a punto de perder el equilibrio mental, y donde otra persona lanzó los platos contra la mesa, delante de ella, hastiado, y seguramente se inició en ese cortocircuito, dejando marcas que hasta hoy perduran en la infortunada mesa, tras ese vidrio, estupefacto, yo observaba cómo venía un plato, y luego otro, esparciéndose la cena de ese entonces por todo el piso de la cocina. Ahora yo estaba con la mano alzada y estaba allí, espantado, con los ojos saliendo de sus órbitas, esperando el desenlace, y me detuve, no se puede romper nada con un papel arrugado, ¡no sé cómo te aguanto! le increpo molesto y lanzo por fin el dichoso papelito, muy suavemente, para que caiga en medio del lavabo, ella me mira, también debe de haberse acordado y yo sigo repitiendo, ¡no sé cómo te aguanto!, ¡no sé cómo te aguanto!, al menos, tras ese vidrio, no he decepcionado.

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