abril 10, 2004

No sé cómo habrán quedado aquellos con los que jugaba cuando era pequeño, pues no quiero verlos con el ojo izquierdo. Chacaritas en ese entonces era un barrio tranquilo, que poco a poco iría mostrando los primeros rasgos de un deterioro inevitable en las caras y las voces de los que para esa época eran niños como yo. Viví en una de esas calles de pistas mal asfaltadas, donde las quintas y los corralones convivían frente a frente, y en donde jugábamos a las escondidas americanas, eran lugares que me moría por conocer en la noche, cuando no me dejaban salir.

Siempre hay una vez que los padres se flexibilizan con uno y te dejan observar el barrio en penumbra, aquellas calles oscuras por las que no caminaría hoy, pero que de niño las atravesaba como si estuviera en mi patio y donde lo más peligroso que te podía pasar era que un perro te mordiera. Aquellos pasajes pobres de luz con casas de material noble, de paredes escarchadas y llenas de esmalte, eran testigos sufridos de nuestro vespertino 'cabecita eliminao', donde vivía gente que aspiraba tener el status de los de Santa Marina y soñaba con Surco, San Isidro, o Miraflores, lugares que yo frecuentaría más adelante sin pensarlo y en donde Velazco Astete pasaría a ser de lo más exclusivo a lo más cotidiano e inútil.

Era en los pasajes que nos reuníamos para jugar policías y ladrones, en donde un grupo de nosotros empezábamos a correr como locos porque los 'policías' nos agarraban y nos metían al calabozo, cuando casi por terminar el juego alguien se transforma y empieza a corretear a todo el mundo con una correa en la mano, dado que yo era uno de los más chicos, era presa fácil para el alcance de la bendita correa, que seguro acababa más de una vez en el trasero del que la portaba por lo desnaturalizados que eran sus padres.
En efecto, la correa me alcanzó y golpeó mi ojo derecho tumbándome al piso, el grupete dejó de correr y se agolparon alrededor mio, contemplando al caído con grotesca emoción: 'ya pe conchetumare párate'. Alguno por ahí considerado, viendo mi dolor, quiso aliviarlo con 'agua' de un charco que había al lado, la cogió entre sus manos y me la tiró a la cara. Al llegar a mi casa con el ojo hinchado y a punto de infectarse, a lo único que atiné fue a bañarlo con alcohol y a prometerme no volver a pisar la calle nunca más de noche.

No hay comentarios.: