Cuando era más joven la abuela me hablaba del destino, "todo está escrito" me decía y el mocoso cabezón creía a pie juntillas y boca cerrada en la indiscutible verdad de sus palabras. Ya más grande, el vaivén de mis pasos y los contínuos tumbos que me regala la vida, (espero que para bien), trajeron la conclusión de que la abuela estaba terriblemente equivocada y que todo es una sucesión de hechos encadenados a nuestra voluntad con una pizquita de azar. Pero, quizá por costumbre, siempre he sospechado que el destino, más que el hecho consumado, es una persona oculta en algún lugar desde donde me espía y se convierte en espectador de primera fila del melodrama de mi vida, pero no para consolarme ni darme ánimos, sino para la agria chacota, como cuando voy por las calles anhelando tocar unas manos y en el instante, al doblar una esquina, una parejita recién estrenada practica los entrelequios de esa cosita loca llamada amor, o cuando mi cabeza se estrelló contra la cancha de fulbito y Valverde reclamaba por la basura que habían tirado al piso, (el destino se había disfrazado de profesor de colegio), podría anhelar torcerle el pescuezo y no cansarme hasta lograrlo, pero qué pensaría aquella gente que se me cruzó en el camino en ese momento equivocado, ni hablar, el destino mismo disfrazado quizá de director de escuela se volvería a burlar cuando me trate de loco.
Si "todo está escrito" y la abuela estaba convencida, no debió llorar cuando le dije que me iba de casa, ni tampoco mi tia cuando le dije que mi nombre estaba marcado en la lista de los que ingresaron a la universidad, tampoco me sorprendí cuando vi a mi destino hecho mujer aquella tarde en el túnel, ni en las veces que la angustia me atravesaba cada vez que buscaba su mirada, ni en las noches que por fin pude sentir cómo se estremecía mi piel y me alteraba el pensamiento con cada palabra que salía de su boca, tanto como tampoco me sorprendió la noche que vi al destino burlándose una vez más bajo la tibia brisa de un verano, cuando me quemaba los párpados la realidad y brotaba la sangre del alma quebrada por mis ojos, mientras ella ingresaba a su casa tranquila, sin entender seguro hasta hoy, (el destino nunca querrá entender), cómo uno por dentro puede estallar con las estrellas sospechosamente escondidas detrás de ese manto gris que te ofrece Lima casi todos los días del año, al poco rato pude verle otra vez la cara al destino, se encontraba dentro del auto que se nos atravesó por una transversal, (yo, aun desconcertado, iba en un taxi), era un rostro pálido de tanto maquillaje que se asomaba, me sacaba una larga lengua y con una sonrisa pícara de triunfo, "¡presente!", se manifestaba en medio de mi desconcierto, "¡travestis de mierda!", maldecía el taxista, interrumpía su chiste de Maristas pajeros, y yo odiando esa cara fea y burlona, aún sigo esperando que se me cruce, y de seguro que ahora no habrán contemplaciones para buscar su cuello quebrarlo y verlo dejar de moverse debajo de mis manos.
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