Me encanta la soledad de los fines de semana, pero no cuando deja de serlo, no sé qué me da por evitar responder frases sueltas de la gente, flojera mental o me cuesta acostumbrarme a no hablar sólo conmigo mismo, en esta semana de recuerdos que uno no quiere recordar y otros materializan, desintegrarme puede ser lo más adecuado, transformarme en tierra, aire y fuego, así puedo viajar por todos lados sin molestar.
El viernes saliendo de mi tortura diaria sentí olor a ron durante un buen rato, hasta pensé que a lo mejor era yo, que no recordaba dónde ni con quien había probado un poco de ese líquido y volvía de la catarsis espiritual, extrañado, evitaba darle oportunidad a esa fragancia de seguir hiriendo mi nariz, virando mi rostro o buscando el perfume de la chica que pasa por mi lado, sucede muchas veces que el alcohol me llena de miedo, porque involuntariamente lo asocio a peligro, más por los rostros que dibuja con su trazo tembloroso y de colores tétricos, como todo artista de lo sepulcral. Entro a una tienda, creo que un buen chocolate lo puede solucionar.
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