septiembre 12, 2005

Del océano no puedes huir

Era mañana, K se levantó de su cama con cierta fortaleza y algo de desánimo por este típico clima de invierno en Lima, clima de mierda que sólo sirve para estar triste, miro sus manos, ya maduras, su rostro en el espejo tan gris como esas nubes que cubren todita la ciudad, y sin mayor preámbulo, como cada vez que da un nuevo rumbo a su vida, decidió que era tiempo de soltarse de aquella tabla imaginaria en el már que él mismo había creado, ese mar que justificaba un hundimiento voluntario cada lunes que llamaba a Deborah, cada vez que reptaba por su silueta, se abrazaba a su aroma y colmaba sus pasiones, pero ayer mientras se despedían de aquel encuentro establecido como rutinario semanas atrás, ella le soltó: "Cuando tú me llames sabré que será sólo para eso", aquella frase lo atravesó cual rayo, despertándolo de su sueño voluntario y pseudo-justificador, ya le había entregado sus honorarios, se vio entonces desnudo de ideas, desnudo de sí mismo y de su propia fe. Aturdido por el alcance que había tenido dentro de sí ese conjunto de palabras sin intención, fue encogiendose por dentro y aunque Déborah le decía para salir del lugar, K ya no estaba allí como hace segundos, sino muy lejos en ninguna parte, y sólo ahora frente al espejo.

2 días después entre el calor propio de varias copas de alcohol y cubierto en la penumbra K sintió por vez primera la calidez de los labios de R, la generosidad de uno de sus senos y la suavidad de su piel erizándose, era la primera vez y se creía a salvo, había llegado por fin a la orilla donde iniciar el camino, una aventura quizá abrigada por un sentimiento, K lo tenía bien claro, excepto por una corazonada previa que no lo tenía completamente satisfecho, algo en la comisura de sus labios antes del contacto o el movimiento de sus pestañas aleteando como preparación al ataque, y fue así, con esa mirada sospechosa e hipnorizante (no lo era para K) que R le dijo,

- "¿Sabes? tengo un problema... he repetido un curso y no tengo cómo pagarlo"
- "¿cuánto es?" preguntó K haciendo esfuerzos por controlar el hastío y las ganas de huir
- "200 soles"

K guardó silencio, dejándose llevar por la marea de su océano la volvió a besar y argumentó un deseo súbito por ir al baño, una vez allí, se enjuagó el rostro y caviló largo cuál de las dos habría de ser más honesta o cuál era la que en realidad no tenía dignidad, daba igual, porque volvía a esa tabla en medio del mar con esa orilla que creía tan tangible ahora declarada como un engañoso espejismo, cruzó la puerta, y no dobló a la derecha para regresar a su mesa, siguió de largo, salió del local, de la noche, de sí mismo otra vez, pero no podía escapar del océano, aún estaba en medio de él, ¿llamaría a Déborah otra vez? al alejarse en el taxi no se alcanzaba a ver si cogía su móvil, pero sí que con ambas manos cubría su rostro para no mojarse con tanta agua y sal alrededor.

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