junio 12, 2005

Libro Abierto

En el transporte, muy aparte de buscarle la novedad al frío paisaje de inicios de invierno y a los apretujones de gente a los lados, K mira los rostros de sueño, de albricias al dia, de mansa indiferencia y también los aprovechados que hurgan vacilantes los presuntuosos ojos de una chica más allá. Para no ahogarse en lo difícil que es leer pensamientos, carga un libro en la mano y se olvida de todos, pero a veces, la casualidad se le cuelga del bolsillo antes de salir de casa y lo deja sin nada que distraerse, sobrándole el peor texto abierto con el que puede contar, su propia mente, a fin de olvidarse trata de hallarle la gracia a juguetear con el boleto o con los ojos de un bebé que sonriendo lo señala, sólo cuando la mujer que lo lleva en brazos le baja la manito presurosa y pone la suya sobre su pequeña cabeza, una tierna idea albergada hace tiempo se asoma por un soplo y va desapareciendo como pisadas en la orilla del mar, es su mente que obra, inicia el dulce tormento.

Deja de mirar a los lados, hacia atrás, hacia arriba, descubre la barra de donde se encuentra sostenido y permanece largo rato observándola, en realidad no la observa, hay algo extraño en sus ojos que la mujer con el bebé ha notado, ese instinto natural que tiene el otro sexo para intuir los embargos ajenos se lo susurra, y no está equivocada, K continúa mirando y no mirando absorto en ese algo, ora grotesco ora dulce, ora feliz ora aciago, sus pupilas se dilatan y de súbito la mano libre da un fuerte golpe en la barra que se escucha seco en la lata con ruedas donde va. Todos lo empiezan a mirar, K no lo ha notado, sigue absorto dentro de su peligroso libro abierto sin reparar en los murmullos, las risitas, el espanto inicial del niño y de quienes sintieron la ruda vibración de la barra a su costado. Empieza a dirigirse despacio hacia la salida con la mirada perdida delatando resignación, sin decir nada y la gente sin resistirse a detenerlo, quizás es el susto lo que los obliga a abrir camino al "rayado" como se oye más a la derecha, llega a la puerta, toca el timbre y más rápido de lo habitual el bus se detiene. Mientras bajaba despacio no sé si oyó el "¡loco de mierda!" que le gritó el chofer antes de arrancar ni las risitas de los pasajeros convertidas en carcajadas, lo que sí sé es que después de perderse el bus de vista y bajo la llovizna de esa mañana de invierno sintió una aguda punzada en la mano y se la empezó a frotar, le estaba doliendo horrible.

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