Hoy después de mucho tiempo fui a una biblioteca, de todas la que más recuerdo es la del Callao. Cuando estudiaba la primaria mi tía solía llevarme a la Biblioteca Municipal del Callao, tomábamos el micro de la 45 que nos dejaba en Saenz Peña y caminábamos 3 cuadras mirando las tiendas que encontrábamos en el camino, en algunas de ellas vendían helados de crema que me parecían los mejores pero mi tía no cargaba el dinero ni la intención de comprarlos así que por esa razón no insistía en pedir, llegábamos hasta una esquina detrás del colegio Maristas donde había una casona vieja que ahora está más vieja pero que todavía existe.
En ese tiempo la biblioteca se veía bonita a pesar de lo antiguo, su piso era alfombrado para evitar el ruido y la gente parecía guardar un código especial para lograr el silencio que les permitiera sumergirse en sus lecturas. Mi tía me dejaba leyendo un libro en una de las mesas mientras yo la observaba buscar sus libros en unas gavetas con muchos cajones, cada cajón tenía muchas tarjetas y cada tarjeta tenía el título de un libro que podías pedir al bibliotecario. Podías pasarte tardes enteras revisando tarjetas y leyendo libros, el tiempo transcurría lento en el silencio de la biblioteca y en lo particular me llamaba mucho la atención el olor de las tarjetas por la humedad y el contacto de las manos.
Hoy ya todo ha cambiado, tenemos las tecnologías, la bibliotecas se caen a pedazos, seguramente la gaveta fue reemplazada por la computadora y las tarjetas fueron lanzadas sin misericordia a la basura, hay quizá menos lectores de libros y cuando ya seas más grande habrá otras cosas que habrán reemplazado la necesidad de ir a una biblioteca así como muchos motivos para volver a una persona más estúpida. Sin embargo, no puedo dejar de imaginarte yéndonos juntos a la biblioteca, viéndote pintar en un libro de colores o empezar a leer un libro pequeño. Creo que lo haré por una ley de compensación que tenemos los adultos, en algún momento, a través de nuestros hijos, queremos devolverle a la vida lo que la vida nos entregó con cariño, y seguramente llamaremos a la tía Gladys para luego pasear con ella por las tiendas y ese día les podré comprar un helado.