enero 24, 2007

Desde el otro lado

De la Otilita era la culpa, parecìa reclamarse a sì mismo el vendedor de golosinas al otro lado de la pista, de la Otilita y sus ojitos endiablados, mientras a un lado de la cama la bolsa casi vacìa lo observaba desconsoladamente, el vestidito corto, las blusitas ceñidas y el escote que volvìa locos a sus amigos, desatando sus iras hecho mantequilla fundida, cuàntas veces te lo aguantè se increpaba y por su mente una risita como un gusanito que carcomìa deliciosamente su cerebro, las piernecitas morenas y su sonrisa de engreìda, una electricidad que bajaba por el estòmago y le llegaba hasta la planta de los pies era el inicio de un lloriqueo, pataleo de muchacho encamotado desesperado por buscar la tecla DEL en su cerebro.

No le bastaba haberla observado imposible, impasible, inaprensible, llenaba de estremecimientos sus noches de invierno en un cubo de madera con huecos como ventanas por donde se metìan los bichos de la noche, las arañitas tejìan su tela en un rincòn, las observaba y encontraba la silueta de sus mejillas, algùn esbozo de su nariz, lo apetecible de sus muslitos dorados y una sensaciòn de placer que le nublaba la visiòn, imaginaba el olor de su piel, el sabor de sus senos, su respiraciòn en el oìdo y un suave gemido con el que contenìa la respiraciòn, uno dos tres exhalaba su nombre y se le escapaba su Otilia entre miles de pensamientos, deshacìa la telaraña de sus afectos e intentaba dormir ya soñando.

Donde el cielo y el infierno estàn a la abismal distancia de una pista de separaciòn no caben los quejidos, la noche vertiginosa devora la calle, el mercado, los autos, observa còmo se oscurece su habitaciòn, al asomo de esa idea va a buscar en los retazos cosidos, su mochila, la luz, suenan a lo lejos las canciones de Dina, el olor de las brasas y algùn grito de vendedor ambulante, la arañita ha poblado nuevamente la esquininita, descuelga asustada por el movimiento decidido que amenaza, un hilo movièndose al compaz de una vela, la cuerda fija, el cuerpo cae, la arañita llega al piso y en su camino de salvaciòn atraviesa dos zapatos colgando que mientras dejan de estremecerse poco a poco opacan el recuerdo de Otilita al otro lado de la calle.

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