octubre 30, 2003

Avanzo a paso lento, buceando en el olor a zahumerio, turrón, anticucho y humores de la gente, impedido de realizar movimientos bruscos que derriben cierto bulto morado que por estos días y en especial este abundan, cuando una caminata rápida supera el avance de cualquier combi y mi cabeza empieza a dar vueltas como siempre, ¿qué hago metido en la procesión?.

Rara vez, he visto al Sr. de Los Milagros, una de ellas fue desde lo más alto de mi chamba, de allí se veía pequeñísimo el anda. Esta vez pasará por la otra cuadra, igual noto su cabeza más gacha, como no queriendo ver la continua degradación de esta ciudad.

Y entre que camino y tropiezo subo a uno de los micros en ruta alterna, esperanzado quizá en apurar mi paso, pues me estoy alejando de la ferviente multitud que deja una estela de palitos, pancita, papeles, y restos de flores regados por todo el lugar, quién sabe, Dios de repente pone a prueba además de la fe, tus cinco sentidos.

Observo las calles aledañas, tan antiguas y decadentes, las mismas caras de siempre, ojos que buscan los pares que se posen sobre ellos, anunciando la posesión del dinero pedido y la pérdida de toda dignidad, así consumir los 2, 5 ó 10 minutos que durará la sesión en una de esas casas donde los letreros 'Sr. Bendícenos' con fondo morado abundan, tarifa rebajada por mes morado, Dios está para todos.



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